Escondites y refugios
Tuve la fortuna de ir a una de esas escuelas primarias con mucho patio y áreas verdes, era una de las escuelas más viejas de la ciudad, construida en años post-revolución, de esas cuyo edificio se encuentra en la parte central del terreno y todo alrededor sirve de patio y jardín. Sin embargo, como la población estudiantil había aumentado se mandaron a construir unas cuántas aulas a los alrededores del edificio principal. Recuerdo que mi salón de primer grado estaba en la parte trasera y justo al lado había un árbol grande de tronco frondoso, con unas ramas peculiares que servían como comedor, como columpio, o para los más atrevidos, como peldaños para escalar a la punta; pero para mis amigas y yo, el árbol era el sitio perfecto para construir una casita y hacer un escondite secreto, un refugio perfecto que no necesitaba más que un pedazo de tela abrazando las ramas para ser nuestra guarida protectora contra los niños traviesos de segundo grado. En cuanto tocaban la campana de recreo, salíamos corriendo rumbo a nuestro refugio, a la casa del árbol y así pasábamos nuestra media hora, entre comida, juegos y risas.
Eventualmente fuimos saqueadas porque otras niñas más grandes también querían jugar y ya no recuerdo qué más pasó con aquel escondite secreto que un día dejó de ser secreto.
Como humanos, tenemos esa necesidad de ser protegidos por algo y un lugar en donde resguardarnos del peligro, por eso habitábamos las cuevas y posteriormente creamos chozas y construimos casas. Como felinos dentro de una caja de cartón, nos hace sentir bien la calidez de un lugar acogedor que te abrace, que te libere del peligro, que te esconda de los malos, que te proteja de la maldad humana y te brinde seguridad, pienso también en los niños y adultos que por las noches usan sus cobijas como escudo protector contra monstruos y fantasmas o contra la soledad de su cuarto.
Para los que tenemos la fortuna de tener un hogar, ni siquiera nos cuestionamos el hecho de tenerlo, lo pensamos como algo casi inherente a nosotros, y sin embargo, pese a tenerlo, en noches frías o días de mierda, sentimos la necesidad de tener un refugio, no una casa per se, sino un escondite, un “lugar” especial al cual llegar después de un día pesado, un “algo” que nos abrace y nos de protección. Como humanos habitando en este mundo que no se detiene y donde todo es caos y tenemos batallas internas con nuestros propios pensamientos (que muchas veces son enemigos), tenemos necesidad de eso, por eso nos inventamos el amor.
Creo que el amor es eso. La persona a quien decidimos amar representa nuestro escondite secreto y lugar favorito para descansar. Por ello resulta trágico cuando eso se acaba y nos queremos aferrar a nuestra idea del amor, porque no queremos renunciar a esos brazos que nos cobijan ni a ese pecho que nos sirve de almohada para descansar nuestras penas y pesares. Nos negamos a perder la cálida sensación de tener un cuerpo calientito en dónde reposar después de un mal día y en dónde acurrucarnos en las noches frías. Y ni siquiera debe ser un cuerpo, con la simple presencia de alguien basta, saber que hay alguien ahí para ti, que te escucha, que es tu descanso, que es tu rincón favorito para pensar, que es tu lugar sagrado para llegar y quitarte los zapatos y con ellos los malos momentos que cargas en el hombro como piedras, después de un mal día. Necesitas saber que hay alguien cuyas palabras te van a abrazar y hacerte sentir en casa. Es trágico renunciar a nuestro hogar, pero muchas veces ese hogar se contamina y el refugio se convierte en prisión o cuarto de tortura… pero bueno, esas son otras tragedias.
Todos merecemos un lugar favorito, habitar en el cuerpo de alguien, en la vida de quien amamos. Pero mientras ese refugio llega, no nos queda mas que refugiarnos en nosotros mismos y servir acaso de escondites y refugios para quien quiera reposar unos días en nuestro ser.